Los despidos en primera persona


"Yo sabía que hoy se pudría", dijo J y abortó una sonrisa a mitad de camino. Con la tranquilidad que lo caracteriza, apagó la computadora, guardó su taza en la mochila y salió a la calle. Ese lunes había sido duro. En la vereda aún quedaban vestigios de la protesta de sus compañeros. La primera de esa semana.

El viernes​ 29 de enero, A ​cumplía años. Se despertó con los llamados de rigor y desayunó lo mismo de todos los días. Enseguida, se subió al auto y encaró directo a la oficina. Una vez más sonó el teléfono. Pero no eran felicitaciones. "Tu nombre está en una lista negra", le dijo una compañera y ella apretó el acelerador. Al llegar al trabajo, se encontró con una reja que le impedía el ingreso y con la mentada lista en manos de empleados de una empresa de seguridad privada. Sin ningún jefe presente o una carta de despido, se enteró a través de ellos que había perdido su puesto en el Ministerio de Cultura de la Nación. Igual que otras 479 personas. La escena se repetía en todas las dependencias del organismo. Compañeros llorando, abrazos eternos. El desconsuelo personificado.

480
480 trabajadores.
480 padres y madres de familia.
Ninguna autoridad que diera la cara.

Y la marcha que había comenzado el lunes con un puñado de personas, se multiplicó y llenó la 9 de julio de banderas y cánticos: la lucha de J ya era de todos. Bajo la lluvia, cientos de trabajadores acompañados por ATE, marcharon buscando respuestas.

"Unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode", "No somos ñoquis, la puta que te parió", fueron algunas de las consignas que vibraron en todas las gargantas y ganaron la calles. La columna de laburantes avanzó a paso firme hasta la coqueta avenida Alvear -donde el Ministro Avelluto, tiene su despacho- y encendió diversas reacciones. Los manifestantes recibieron tanto bocinas de apoyo como hielos, huevos y burlas de los vecinos de Recoleta.

“Yo laburaba, cumplía un horario. Me echaron de forma arbitraria y perversa”, contaba L a otros compañeros. “Soy una profesional con muchos años de experiencia. Esto es muy injusto”, agregaba V. Entre lágrimas, P dijo: “tengo dos hijos, no sé cómo les voy a dar de comer” y recibió la contención de los presentes. Los llantos y abrazos se repitieron en las esquinas. Estuvieron en la sede de Alvear, en las de Alsina y en cada lugar donde hubiera un trabajador de Cultura despedido. La noche encontró a J, a A, a L a V, a P y a tantos otros apoyando la lucha por la recuperación del empleo en el Centro Cultural Kirchner. Y luego poniendo el cuerpo ante las cámaras de c5n para contarle al país lo que otros medios callan.

“Lo irónico es que esa noche festejaba mi cumpleaños en un bar”, contaba A, que no tenía motivos de alegría. “Así que después de la marcha pasé por casa a bañarme y al llegar a mi puerta, ¡sorpresa! un telegrama me informaba que el Ministerio prescindía de mis servicios", decía. Los presagios del Decreto de Necesidad y Urgencia n° 254/2015 que vendría a “sanear” el Estado, comenzaron a cumplirse antes de tiempo.

El nuevo gobierno ya lleva el triste récord de 55.000 trabajadores estatales despedidos a poco más 50 días de haber asumido. No hay justificación posible. Ni números, ni “grasa militante”, ni gasto público: trabajadores.

No a los despidos en Cultura. Si tocan a uno, tocan a todos.

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